martes, 21 de marzo de 2017

La Dolorosa de Pedro de Mena

El hombre, a lo largo de los siglos, ha necesitado manifestar y expresar su inquietud interna, con el propósito de materializar el concepto espiritual en el ámbito sentimental. Desde las primeras manifestaciones artísticas realizadas en el Paleolítico Inferior, hasta las creaciones más actuales y vanguardistas, se han podido admirar   distintos estilos escultóricos a lo largo de toda la Historia del Arte. Pero si hay una etapa que destacar por la magnífica compilación de obras de arte, llenando los espacios de admiración y de devoción, esta es sin duda alguna, la época del Barroco.

Dentro del característico   estilismo exuberante de esa etapa, destaca uno de los autores más emblemáticos de la escultura barroca andaluza, Pedro de Mena. Una de sus creaciones más singulares, mediante la cual obtiene el verdadero reconocimiento del buen quehacer artístico y que representa uno de sus mejores baluartes dentro de su repertorio escultórico, es el estereotipo de escultura denominada,  Dolorosa.

Una de las obras escultóricas más importantes que mantiene este modelo iconográfico, se exhibe en el Museo de San Joaquín y Santa Ana en Valladolid, destacando una serie de características particulares, que la elevan a la categoría de obra maestra. La equilibrada composición piramidal, no sólo realza su elegancia compositiva, sino también su capacidad para persuadir la atención del espectador mediante su absoluto realismo y naturalidad.


Dolorosa (Pedro de Mena). Madera policromada, 1670. 
Museo de San Joaquín y Santa Ana

En ella observamos a una mujer joven, demacrada por el dolor, apesadumbrada por los acontecimientos y llena de tristeza. La influencia de Alonso Cano adquiere connotaciones especiales en el rostro a través de sus formas ovaladas, mostrando un gran sentimiento lleno de espiritualidad, reforzado por su particular  nariz afilada, la boca pequeña entreabierta y párpados medio cerrados, remarcando los ojos enrojecidos del desconsolado llanto, manifestando en cada una de las lágrimas derramadas,  el recogimiento del dolor contenido de su tristeza.

Llama poderosamente la atención el exquisito tratamiento de los ropajes y  pliegues de la túnica y manto, mostrando de forma discreta el cabello, entre las finas composiciones de madera, adquiriendo el formalismo conceptual de respeto y admiración que esta obra dispensa.

Hay que destacar que, independientemente de la absoluta maestría técnica de la composición escultórica, de la sintonía cromática de la túnica azul cobalto, del estofado de oro acompañado de la policromía naranja y carmesí de la camisa, de la estilizada toca beis que delinea  magistralmente el óvalo del rostro y de la extraordinaria  insinuación de dolor expresado en las manos y remarcado con sus dedos entrelazados, podemos observar la clara diferenciación de planos contenidos en esta escultura. De una parte, nos deleita con un casi imperceptible giro de la cabeza, representando la tristeza emocional, espiritual y divina de la Madre de Dios, contrapuesto con la sutil y ligerísima desviación de sus manos respecto del eje central del rostro, proyectando el dolor y sufrimiento del ámbito terrenal humano, estableciéndose un diálogo inexpresable entre ambas partes del cuerpo perfectamente armonizada, exteriorizando el inmenso sufrimiento de la Madre que llora la pérdida de su Hijo. Es una obra de gran realismo sentimental que trasmite de forma evidente, el profundo valor místico unido al delicado ámbito espiritual, mostrando la influencia religiosa de la escultura castellana de Gregorio Fernández.

El infinito dolor contenido de la Madre de Dios por la muerte de su Hijo, es lo único que puede explicar de forma fehaciente la extraordinaria maestría compositiva de esta obra  escultórica, capaz de cautivar, maravillar o estremecer, todos los corazones que se acercan a deleitar la realidad más sensacionalista, con el propósito de poder alcanzar el sentimiento más espiritual, donde se  manifiesta la esencia oculta de la más pura advocación religiosa, puesta en manos de una expresión formal del propio conocimiento humano.

En ella podemos admirar como lo contemplado y el contemplador se fusionan de tal forma, que da lugar al nacimiento de un sentimiento vinculante de complicidad y dependencia, intensificando su carácter devocional.

 Jesús Antonio Del Río Santana,
Gerente Museo de San Joaquín y Santa Ana

No hay comentarios:

Publicar un comentario