sábado, 6 de abril de 2013

Cree

Buenas tardes, en esta última tarde que va cayendo, antes de que nazca la luz, que es Cristo. Por ello más bien os digo, buena luz, tengáis todos, en este compás de espera, al gozo de la Pascua. Buena alegría, de la verdad, viváis todos, al saber que el silencio de este sábado silente, concluye con un grito: Cristo Vive.

Y todo ello lo decimos al contemplar aún, a este Cristo yacente, que parece más bien, el silencio, la amargura y la oscuridad del corazón humano. Mirémosle aún. Concluye esta dimensión pública de la semana santa, con esta sencilla, escueta y sentida procesión, en la que devolvemos físicamente esta imagen. Cumplimos, aquí sí, el programa de esta Semana Santa 2013. Es verdad, hoy no llueve, y es la hora.

Pero en este cumplimiento social, se esconde un cumplimiento de un Misterio más grande. Es la memoria de un amor desmedido, de una esperanza fecunda, de una fe anhelante que latió en quienes formaron la primera cofradía del Santo Entierro. Su presidenta fue una mujer, María; el tesorero, un hombre rico, José de Arimatea, de vocales, otras mujeres: Magdalena y las otras Marías, a quienes en esta noche se les dio la mejor de las Palabras: Id y anunciad a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me encontrarán.

Si así lo entendemos, resulta entonces, que esta imagen, es mucho más que una talla, de quien hay perfilar su autoría, es una imagen, un Eikon, una ventana que nos abre a una imagen más absoluta. Es el brote primaveral, del árbol de la vida, aunque es de noche. Es la Palabra fecunda del Padre, aunque los hombres creyeron haber cayado. Es el sueño de lo posible, aunque la fe vacile. Celebramos en esta tarde al Hijo de Dios que descansó tras su muerte, no está dormido, yace, aunque muerto, pero no en una pasividad inerte. Mirar a este Cristo sin fe, podría llevarnos a pensar, que la primera gran crisis, fue la de Dios. ¿Será verdad que Dios ha muerto, o quien muere es el hombre, que no reconoce en sí la vida de Dios?

Confesamos en el Credo la verdad de que Cristo, fue sepultado y descendió a los Infiernos. Su muerte fue una realidad física, murió y fue enterrado, como la semilla que porta la fuerza de la fecundidad, aunque parezca un simple y seco grano.

La actitud yacente de Cristo nos recuerda la actitud yacente de la propia Humanidad. Yace nuestro mundo cuando no cree en su propia esperanza. Vivimos yaciendo, si no creemos en la vida que Dios ha sembrado en nuestro ser, somos imagen del Dios de la vida; sintámosla vibrar en todos nuestros poros. Dios quiere que el hombre viva, no que yazca. Que sienta digno, no vencido. Que se alce y sea libre. Que camine y una sus esfuerzos a otros hombres. Cristo descendió a lo más profundo de la muerte para vencer a la muerte.

Hermanos, los discípulos de la primera hora: María, las fieles mujeres, los amigos que formaron la primera Cofradía del santo entierro, José de Arimatea, Cofrade de Honor, fueron agentes del santo entierro de Cristo. Ellos esperaron contra toda esperanza, porque aquella tarde no podía ser el final. Si como hijos de Israel meditaban la Palabra, no podía dejar de sentir aquella promesa del libro de la Sabiduría: la contemplan los que la aman y la encuentran los que la buscan. Es decir, la fe nos hace vivir, ¿quieres una alegría mayor? Cree.

Señor todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el Bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. 

Guillermo Camino
Consiliario

Meditación pronunciada en la plaza de Santa Ana, durante el traslado del Santo Cristo Yacente, el pasado Sábado Santo.

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