viernes, 22 de febrero de 2013

Al pie y en la cumbre de la montaña

En el inicio de esta cuaresma volvemos nuestra atención a la Palabra, y aún a través de la ventana a la red por la que dejamos que lleguen y salgan tantas comunicaciones, ahora, en medio del fragor de la vida, hacemos un huequecillo para que se filtre aire que viene del Tabor. Es una brisa y a la vez es huracán, sopla desde la cima y se encamina al pie de la montaña. Todos los años la Palabra de Dios en Cuaresma nos invita a vivir un itinerario, es como una excursión a la interioridad. 

Del desierto a la montaña, y de la cumbre por la falda, a los pies. Si el pasado domingo compartíamos con Jesús su silencio en el desierto, si descubríamos su lucha interior por vislumbrar su proyecto de vida, renunciando al poder, al prestigio, el tener.. todo ello nos habla de la hondura del corazón humano en donde ha de definirse el proyecto de lo cuanto somos, y en cuyo silencio hallamos a Dios, el nos guía en el desierto del corazón. Este domingo la Palabra nos presenta la altura. En la cumbre sentimos un cierto deseo de ascensionalidad, vemos la vida más en su conjunto, tenemos una panorámica, de nosotros y de nuestro medio. 

Es bueno buscar estos momentos de subir a la cumbre, un buen paseo por lo alto de nuestros cerros vallisoletanos, superando la llanura de la cotidianeidad, nos permite caminar a solas y encontrarnos con una luz distintas, desde lo alto todo tiene como un color nuevo. La vida se puede transfigurar. Esta realidad la podemos vivir también en el interior, al fin y al cabo, orar es ponerse cara a cara ante Dios, ascender y volver a bajar a la vida, pero transfigurados, es decir con una luz nueva; es como cuando subimos a una cumbre, sentimos el esfuerzo, incluso el vértigo, desde lo alto contemplamos la globalidad, y al bajar… no sabemos por qué ni cuándo, pero el sol ha curtido nuestro rostro, nos ha marcado su luz. Todo requiere tiempo, como al orar, no se sube a Dios con prisas, no se corre y se provoca fatiga, a Dios le encuentra quien le busca, te transfiguras si no le ocultas tu rostro.

Jesús en lo alto de la montaña, para siempre Tabor, les mostró a sus discípulos el sentido de su misión: Era el Hijo, bien querido, la Palabra que debía ser escuchada, en la gloria y en el dolor, en el fulgor del Tabor y en la noche del Gólgota. 

La actitud del Cofrade en el ejercicio de una procesión le llamamos “iluminar el paso”. Poner luz a una imagen, hacer visible lo que la ciudad y sus luces no enfoca. Tenemos el deber bien querido, de poner luz a este Cristo que nos invita a transfigurarnos y ser luz junto a Él y junto quienes caminan al pie de la montaña. Esta conocida obra de Rafael nos habla de ese mutuo deber: dejarse encontrar por Jesús en la montaña, dejarse encontrar por el dolor de los hombres, al pie de la misma. Que esta plegaria del P Javier Leoz complete la reflexión iniciada. Buena Cuaresma.

Subiste al Tabor, y lejos de olvidarnos,
nos invitaste a escalar contigo.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Ascendiste al Tabor, y sin dejarnos de lado,
nos hiciste partícipes de algo, que lejos de ser sueño,
fue gloria, presagio, anuncio, pasión, muerte y futuro.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Nos cogiste, Señor, y para que supiéramos lo qué era el bien
nos hiciste testigos de una Gloria
de un triunfo, de una cruz, de una pasión
y de una Resurrección que, a todos los que creemos, nos espera
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Trepamos contigo, Señor, a la montaña
y, con nuestros ojos abiertos al Misterio
supimos que algo extraordinario ocurría delante de nosotros:
una voz del cielo, dos rostros conversando contigo y un cielo abierto
¡Qué bien, Señor, estábamos en ese momento!
¿Se puede pedir algo más, a un amigo, Señor?
Sólo sabemos, Señor, que somos tus amigos
y que, todos los domingos, en la Eucaristía
nos rescatas del mundo a la Gloria de Dios
del sin sentido, a la sensatez
de la mentira, a la verdad
de la debilidad, a la fortaleza
de la muerte, a la Resurrección.

Guillermo Camino
Consiliario

 

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